Un cuento de surf
Ahora solo eran recuerdos, y parecía haber sido un sueño.. pero en su momento todo aquello fue real.
La lluvia.. trataba de aferrarse a los cristales del autobús, recorriendo líneas líquidas antes de tropezar y caer al suelo. El cielo estaba totalmente negro, las palmeras inclinadas movían sus brazos como enloquecidas, el agua de los charcos parecía querer salir de aquellos, huyendo del vendaval que azotaba la costa, amenazando con volcar el vehículo que, entre bandazos, logró llegar a su parada.
Y allí bajo él, sólo, con su tabla dentro de su enorme y desgastada funda, luchando contra el viento, en dirección a la playa. Al llegar, se sentó a observar la mar, furiosa, grandiosa, como diciendo “mirad todos lo que soy capaz de hacer...”, escupiendo espumarajos blancos que se elevaban al cielo y salían despedidos como torbellinos. Era otoño y aun no hacia frío. Era época de grandes tormentas. Él miro entonces sus pies hundidos en la arena, y se dijo: -tranquilo, no pasa nada, me tengo a mí mismo-. Sin volver a mirar al mar, sacó la tabla, enrolló la funda junto con la toalla y colocó una piedra gorda encima para que no volaran. Y entonces caminó hacia la orilla. Dio un último suspiro y con decisión entró en el agua. La corriente era intensa. Las olas iban dejando ver su fuerza. Pasaron minutos, horas, años parecían, hasta que logró atravesar la interminable rompiente. Estaba mar adentro. Muy adentro. Allí las olas realmente asustaban. Marcaban series enormes que ya lanzaban su espuma a lo lejos. El quería la más grande. La más peligrosa. La que, si caía, le entretuviera durante más tiempo con su abrazo mortal de vuelcos, algas y espuma. Y quedarse allí, atrapado en el fondo. Para no volver. Para siempre.
Fue de repente, comenzó a llover a cántaros. Y en ese momento, como animales salvajes que parecen detener su vida hipnotizados bajo la cortina líquida, las olas se apagaron, se escondieron, se esfumaron. Él quedo flotando entre la lluvia.. y entonces rompió a llorar. Estaba sólo, nadie le veía; como un niño, sin vergüenza, su llanto salía de lo más profundo del corazón, no eran solo lágrimas, aquel llanto era mucho más... Mientras, la lluvia cada vez más fina se mezclaba con las lágrimas de su rostro, y le limpiaba el alma.
La mar había quedado en una extraña calma; sin embargo su fuerza no había desaparecido, parecía estar oculta bajo el manto dulce de la lluvia.
...Y una leve brisa fresca comenzó a soplar. Traía un nuevo olor; no era de mar, no era de algas.. Era un aroma a tierra, mezcla de arbustos, plantas aromáticas y a cabra. Sintió el viento en su rostro, llenando sus pulmones, acariciando la superficie del agua, sintió los diminutos rociones salpicar en sus ojos... En el cielo, los rayos de luz se iban abriendo paso entre las densas nubes, coloreando de un verde turquesa al agua gris. Y entonces la mar pareció regresar, despertando de un mal sueño para amanecer limpia, sobria, elegante, poderosa.. Como deseosas de resurgir tras su letargo, desde el horizonte de indescriptible color se acercaban cada vez más aquellas montañas.. Las enormes serpientes verdes se enroscaban en increíbles cavernas que el viento peinaba en su techo difuminando miles de gotas en el aire.. Y él estaba allí, sólo, y se dijo: "me tengo a mí mismo..."
La lluvia.. trataba de aferrarse a los cristales del autobús, recorriendo líneas líquidas antes de tropezar y caer al suelo. El cielo estaba totalmente negro, las palmeras inclinadas movían sus brazos como enloquecidas, el agua de los charcos parecía querer salir de aquellos, huyendo del vendaval que azotaba la costa, amenazando con volcar el vehículo que, entre bandazos, logró llegar a su parada.
Y allí bajo él, sólo, con su tabla dentro de su enorme y desgastada funda, luchando contra el viento, en dirección a la playa. Al llegar, se sentó a observar la mar, furiosa, grandiosa, como diciendo “mirad todos lo que soy capaz de hacer...”, escupiendo espumarajos blancos que se elevaban al cielo y salían despedidos como torbellinos. Era otoño y aun no hacia frío. Era época de grandes tormentas. Él miro entonces sus pies hundidos en la arena, y se dijo: -tranquilo, no pasa nada, me tengo a mí mismo-. Sin volver a mirar al mar, sacó la tabla, enrolló la funda junto con la toalla y colocó una piedra gorda encima para que no volaran. Y entonces caminó hacia la orilla. Dio un último suspiro y con decisión entró en el agua. La corriente era intensa. Las olas iban dejando ver su fuerza. Pasaron minutos, horas, años parecían, hasta que logró atravesar la interminable rompiente. Estaba mar adentro. Muy adentro. Allí las olas realmente asustaban. Marcaban series enormes que ya lanzaban su espuma a lo lejos. El quería la más grande. La más peligrosa. La que, si caía, le entretuviera durante más tiempo con su abrazo mortal de vuelcos, algas y espuma. Y quedarse allí, atrapado en el fondo. Para no volver. Para siempre.
Fue de repente, comenzó a llover a cántaros. Y en ese momento, como animales salvajes que parecen detener su vida hipnotizados bajo la cortina líquida, las olas se apagaron, se escondieron, se esfumaron. Él quedo flotando entre la lluvia.. y entonces rompió a llorar. Estaba sólo, nadie le veía; como un niño, sin vergüenza, su llanto salía de lo más profundo del corazón, no eran solo lágrimas, aquel llanto era mucho más... Mientras, la lluvia cada vez más fina se mezclaba con las lágrimas de su rostro, y le limpiaba el alma.
La mar había quedado en una extraña calma; sin embargo su fuerza no había desaparecido, parecía estar oculta bajo el manto dulce de la lluvia.
...Y una leve brisa fresca comenzó a soplar. Traía un nuevo olor; no era de mar, no era de algas.. Era un aroma a tierra, mezcla de arbustos, plantas aromáticas y a cabra. Sintió el viento en su rostro, llenando sus pulmones, acariciando la superficie del agua, sintió los diminutos rociones salpicar en sus ojos... En el cielo, los rayos de luz se iban abriendo paso entre las densas nubes, coloreando de un verde turquesa al agua gris. Y entonces la mar pareció regresar, despertando de un mal sueño para amanecer limpia, sobria, elegante, poderosa.. Como deseosas de resurgir tras su letargo, desde el horizonte de indescriptible color se acercaban cada vez más aquellas montañas.. Las enormes serpientes verdes se enroscaban en increíbles cavernas que el viento peinaba en su techo difuminando miles de gotas en el aire.. Y él estaba allí, sólo, y se dijo: "me tengo a mí mismo..."


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