Este agosto nos dejamos llevar por el viento


Y que importa el destino, y si no encuentras lo que buscas al llegar... mejor no esperar nada. Mejor dejarse llevar.. El recuerdo se va formando durante el camino, impregnado de nueva música, haciendo rodar la tierra bajo los neumáticos junto a la mejor compañía, esa que hace que el viaje se haga tan rápido que quisieras que no acabe nunca, que siga habiendo carretera por delante y costa a nuestro lado.. Sin tener realmente a donde ir, así nunca te puedes perder..


(Música PLAY)
Una Ola.


Voy a hablar de una Ola. Recuerdo cómo, hace unos años, una persona ajena al mundo del surf me comentaba que le parecía curioso que dijera “esa ola”, “una ola”, “la ola”, como si fuera una sóla… -“pero… ¿no son muchas las olas?”- me decía. Intentándole explicar, acabé contándole estas letras que escribo ahora, sobre un día junto a una Ola muy especial para mí, y para los amigos que la compartimos cuando viene a visitarnos…

Son las 6:30, y abro los ojos antes de que suene el despertador, antes de que comience a colorearse el mundo con el sol que se avecina. Subo las persianas, abro la ventana, y escucho y huelo el mar. El mar Mediterráneo. Este mar huele distinto al Atlántico, huele a Posidonia. Y suena distinto, como me dijo una vez una amiga del Norte, sorprendida por el constante bramido nocturno de estas costas… Aún a oscuras, puedo distinguir las ondulaciones avanzando en blanco y negro, y pienso en aquella Ola que me espera. Hoy va a ser un buen día.
Mientras hago crujir los crispis, comienza a dibujarse el horizonte. Tengo que darme prisa, quiero ver salir el sol desde el agua. Aquí, en el sureste de la Península, se puede ver el amanecer y el atardecer sobre el mar. Desde esa misma Ola. Este es mi sitio, donde me siento más seguro, donde añoro venir a refugiarme cuando estoy lejos. Donde no tengo que competir por hacerme un hueco en el agua: aquí aún puedo surfear sólo…

Recorro la costa con la luz del alba a mi izquierda, tomo un desvío y me pierdo entre curvas de tierra… Llego a ese punto del camino donde ya se ve el mar golpeando en las dunas, y acelero levantando una polvareda de emoción tras de mí, pero un rebaño de cabras se me cruza impunemente, ellas no tienen prisa… Supongo que la naturaleza me invita a tomármelo con calma, a disfrutar del paisaje. Así que le hago caso. Bajo las ventanas y aspiro el frescor del amanecer, huelen las aromáticas de esta tierra de cartón tan agradecida, con un poco de lluvia ya se viste de verde. Se desperezan las palmeras que crecen salvajes, los escorpiones vuelven bajo sus piedras, una perdiz dando saltitos por aquí, una liebre correteando por allá, el día despierta, lo tengo todo por delante, las cabras acaban de dejarme libre el paso, y me espera esa Ola…
Por fin llego, y me quedo un rato contemplando el espectáculo. Estoy sólo, más adelante llegarán unos pocos amigos. El sol comienza a aparecer sobre esa línea infinita. Qué bien, he llegado a tiempo: con el frío que hace ahora en invierno, pienso que esa bola de fuego flotando a lo lejos quizá haga que el agua hierva y las olas lleguen calentitas. Me viene el aromilla caprino, el viento es de tierra. El mar llega con buen tamaño y buen periodo para ser el Mediterráneo, y la dirección es la correcta. Cuando se dan estas condiciones, al llegar al Cabo las ondulaciones doblan y se recogen a lo largo de toda la costa sureste, y en este punto donde me encuentro, como por arte de magia, se enrolla una izquierda justo delante de las rocas, avanzando por toda la playa, para ir a explotar en el otro extremo, saltando la espuma por los aires, rellenando de agua salada los cráteres de este paisaje lunar. Detrás viene otra ola un poco más grande, y se acerca otra más… Cada una rompiendo en el mismo sitio, sobre el mismo fondo triangular, enmarcado el mar azul con arena dorada salpicada de arbustos silvestres. Así sería pintado en un cuadro. Así es esta ola, una ola, nuestra Ola…

En realidad no nuestra, es una relación de amistad. Como los buenos amigos, sentimos esa alegría cuando después de un tiempo nos volvemos a ver…
Cuando el día acaba y de nuevo el sol calienta el agua, la Ola se va a dormir, el Mediterráneo es así. Toca despedirse, pero confío en que nos volveremos a ver, así que, por si acaso, con el último rayo de sol susurro un “hasta pronto…”