No soy supersticioso pero sí creo que la naturaleza nos devuelve los favores o cabronadas que le hacemos. Ahora voy a contar la historia de los cangrejos, es el momento. Recuerdo cuando vivía en Tenerife, que había unos cangrejos habitantes de las rocas en bajamar junto a mi casa que me tenían fascinado. Comprendí que había 2 tipos de cangrejos, según su comportamiento: unos eran muy aplanados, con las patas muy largas y delgadas, y con pinzas diminutas; eran rapidísimos y se escondían en seguida en cualquier grieta, o a veces se tiraban camicaces al agua; era muy difícil atraparles. El otro tipo de cangrejos deduje que estaba diseñado para la lucha, no para la huida: eran más gorditos, y mucho más lentos en sus movimientos, pero tenían un pedazo de pinza que parecía poder cortar dedos. Cuando hostigaba a estos bichos -sólo para jugar con ellos y ver cómo reaccionaban-, los primeros salían literalmente por patas; el segundo tipo de cangrejo jamás daba la espalda, se encaraba con valentía al atacante (aunque midiera 2 metros más que él) lanzándole sus pinzas y defendiéndose hasta la muerte. A mí me impresionaban estos últimos y los admiraba; con un palito les daba el coñazo, pero luego siempre les dejaba tranquilos deshaciéndome en reverencias: "has sido un contrincante increíble; vete en paz amigo, con la cabeza bien alta".
Aquellas rocas eran frecuentadas por pescadores que cogían cangrejos que usaban como cebo. Recuerdo uno, que iba a coger un cangrejo del segundo tipo, amarillo y grande, precioso; el cangrejo se defendió con sus pinzas, y el colega como no podía con él en igualdad de condiciones, le metió unos pisotones que lo despachurró en la puerta de su agujero-casa, seguramente con su familia, sus hijos (los del cangrejo), mirando el espectáculo. Me entraron ganas de hacerle lo mismo al tipo ese; se había cargado cobarde y vilmente a un auténtico samurai de la naturaleza. Así es la vida.
Yo en uno de esos días hice algo de lo que aún me arrepiento, y aún no sé por qué lo hice. Estaba sentado en las rocas, y los cangrejos tipo-2 me pellizcaban el culo increpando "eh, que no puedo salir". Me levanté y vi unos cangrejos tipo-1 a lo lejos; me parecían preciosos también, aquellos eran rojizos, enormes, por supuesto aplanados y con las patas muy finas y largas (tipo-1). En cuanto me acercaba a 2 metros salían por patas y se metían en sus refugios. Me daba rabia porque parecía que me vacilaban, así que -de verdad que no sé por qué lo hice- me propuse competir con ellos, a ver quién ganaba. Me escondí detrás de una roca con un pedrolo a esperar a que saliera uno que tenía fichado, a ver si era capaz de sorprenderle. Cuando salió de su escondrijo, todo confiado, salté yo como un rayo ejecutando mi perfecta táctica militar y le asesté tal pedrada (era una piedra enorme que dejé caer en forma de parábola) que le arranqué de cuajo una o dos patas. El cangrejo, que siguió vivo, se metió corriendo en la grieta, pero las patas cayeron y quedaron flotando en el agua. Me quedé mirando las patitas flotando, y aún resonaba en mi cabeza el crujido del caparazón del cangrejo bajo la piedra... Me quedé hecho polvo, sin saber por qué lo había hecho, pidiéndole perdón y rezando para que le crecieran otra vez las patas. Esa historia la naturaleza me la guardó y después me sobrevinieron una serie de desgracias, pero creo que ya lo pagué con creces.
Años después, un verano en el Mediterráneo, aún me sentía mal yo por aquello. Recuerdo un día que fui al supermercado, y en la pescadería había una red con montones de cangrejitos, vivos, aplastándose unos a otros, sufriendo lentamente la muerte más horrible que uno pueda imaginar. Le dije a la pescadera que si me daba uno. "¿Uno? ¿para qué?" y le dije "no, es que colecciono los caparazones...". La señora me miró raro pero me dio uno, y me vio salir corriendo del súper con el cangrejo en la mano, y me fui a toda prisa a unas rocas de la playa y puse el cangrejo con cariño en un hueco con arenita y agua, dándole otra oportunidad al crustáceo. Creo que ese día la naturaleza me perdonó lo de Tenerife, y ahora estamos en paz. El cangrejo se quedó ahí tan a gusto, y cuando vino una olita el agua le cubrió la boca y soltó unas burbujillas, como diciendo "¡gracias, amigo!"...